Hoy no hablaremos
de los graves problemas que aquejan al teatro. Será trabajo de críticos y
académicos investigar a fondo el porqué de la decadencia del teatro en el mundo
occidental, convertido en distracción espectacular, en circo in-mediático
empresarial, en constancia florida del presente cultural. Tampoco del teatro
venezolano, especialmente al teatro aragüeño. No hablaremos de la estafa
cultural, económica y moral que representa el Teatro de la Ópera de Maracay,
tampoco diremos nada de la mampostería de la quinta que abruma al bello ateneo,
ni de los bolsillos que se llenan a costa de presupuestos fraudulentos de lavanderías
ilegales. Menos aún mencionaremos la
adhesión militante de cultores de la patria que destrozan estatuas, textos y
parlamentos de esta obra en construcción que llamamos país, república.
Hoy el teatro es
el horror del terrorismo, el pánico aniquilando esperanzas y razones en el
altar del odio y la ignorancia, desplazando millones de personas de sus
escenarios de vida hacia la nada, hacia otros odios en otras lenguas, como
aquellas filas interminables de ciegos que espantaron a Tristan Tzara, cuando
regresaban a París apoyándose uno en el hombro del otro, harapientos,
miserables regresando de la gran guerra. Hoy los enemigos acechan en los
balcones de Bruselas, Ankara, Moscú o Alepo.
Hoy el teatro es
la calle, la espesura de sus dramas se disuelve en la emergencia de los
hospitales, en la máscara desencantada de quien no consigue en la farmacia ni
la medicina, el suero o el catéter de la representación más real: la vida y la
muerte.
Hoy el teatro
está en las colas, en las masas agitadas, no ya bajo la palabra y el clamor de
Enrique V, o en el absurdo voraz de Godot, o en la grotesca nacionalidad
representada en “Alí Babá y las 40 gallinas” de Ramón Lameda, sino en la espera
infinita que colinda el telón con la Santamaría cerrada, esperando y esperando
el jabón, la harina. El café.
Hoy el teatro
aparece en la morgue, donde exacerbamos ad infinitum la tragedia nuestra de
cada amigo, pariente o monólogo interior de la muerte del estado general de
sospecha: todos somos culpables, ya lo dijo Esquilo en “Los 7 contra Tebas”.
Hermano contra hermano, la muerte llama a la muerte, y el camposanto es el
escenario de nuestra tragedia más profunda.
Hoy el teatro es
la Tragicomedia nacional que nos gobierna.
Y es justo en
este instante donde deben aparecer, con más fuerza, los textos fulgurantes,
luminosos y certeros de nuestra escena local y universal, del teatro y su
visión mordaz, su esencia histórica, presente continuo de dramaturgos, actores,
productores, escenógrafos, maquillistas, vestuaristas, iluminadores, toda la
gente de teatro representando ante el público nada más y nada menos que la
importancia del teatro como la instancia genuina de la crítica, la democracia y
de la virtud del arte como vía de la trascendencia humana y universal.
Por ellos, por el
mundo, por esta Venezuela que aún respira: ¡Que viva el teatro!
Los Muchachos de la NASA Teatro La misere
Alfredo Fuenmayor
Sala de Teatro Carmen Palma Roger Rodríguez
Carlos Delgado Díaz