No fue un oráculo que me
dio alguna sibila portentosa y trágica, tampoco la lectura concienzuda o
azarosa de las runas, el tarot o de Henry David Thoreau. No acudieron a mí las
luces más brillantes de la razón, la locura de los dioses o los filmes de
Michael Moore. Sin embargo, mi olfato de apostador me dio pistas, rastros y
certezas difíciles de evadir. Y es que el triunfo claro, contundente y
arrollador de Donald John Trump en las presidenciales estadounidenses vino a
confirmar, en la óptica de este habitante de las colonias de Hispania, la
completa miopía política y cultural de la clase política tradicional de
occidente. (Y nosotros también somos occidentales).
Esta ceguera auto inducida
de estas sociedades americanas de la actualidad, que llevaron a un empresario
polémico, xenófobo, machista y jetón a la cabeza del imperio, puede ser
compendiada en estas 5 razones:
1.- La clase política, así
como gran parte de la “intelectualidad” no ha asimilado aún que la cultura
cambió, y este cambio es esencialmente un cambio de lenguaje.
Es comprensible, hay
factores que la edad, la violencia de vértigo de las innovaciones tecnológicas,
la transición de la forma cómo nos comunicamos, que somos radicalmente
diferente los que fuimos crecidos y criados en la galaxia Gutenberg y los
nacidos en la galaxia digital. El espejo que nos transformó para siempre: redes
sociales. Trump aprovechó, no como simple plataforma informativa, sino como
medio trascendental de exposición mediática, las redes sociales, tanto para
atacar a los adversarios como para aprovechar la banalización de la cultura
política. Más insultos en su contra, más trending topic en su exposición en las
redes. Su posicionamiento en el mercado lo patrocinaron los demócratas, y
gratis.
2.- La petulante y
contraproducente “superioridad moral” de la socialdemocracia.
Llámela así o izquierda
democrática, socialistas o adecos de la
nueva ola. O democrats. El asunto es que la horizontalidad que en nuestras
sociedades occidentales se viene gestando desde sus bases, “desde abajo”, ha
formado una clase de habitantes, que no ciudadanos, que cuestiona, ignora y
castiga, cada vez que tiene la oportunidad, a la clase dirigente, a las
estructuras institucionales, al establishment político tradicional. Decía
Manuel Caballero que la tragedia de la democracia era que contenía en sí misma
el germen de su propia destrucción.
3.- El olvido deplorable de
la Política con mayúscula.
Tómate tiempo para deliberar, pero cuando llegue la hora
de la acción deja de pensar y actúa.
Andrew Jackson
El común votante americano,
mejor, el americano promedio, odia que le mientan. Una de las virtudes que
admiramos de la Unión Americana es el apego a la ley, es decir, a la palabra
empeñada, a la virtud del compromiso. Hillary Clinton mintió descaradamente, 2
veces, sobre los correos comprometedores. Investigaciones del FBI, escándalo
mediático, credibilidad perdida. El partido demócrata, quizá ensoberbecido en 8
años de gobierno, desestimó los viejos códigos: el contacto con la gente, la
proposición de ideas, la sinceridad, sí, la sinceridad, que protagonizó la
clase política en otros viejos y no tan viejos tiempos. No imagino a Carter,
Kennedy, o a Franklin D. Roosevelt haciendo una campaña tan pobre, tan mediana.
4.- La razón cultural.
Trump, sea por su olfato
empresarial, especulador, feroz y salvaje y esplendoroso capitalista, o bien
por la sabiduría plena y real que da el dirigir personas, encontró el pulso
cultural de la periferia poblacional de los EEUU, formada de campesinos,
blancos, anglosajones y protestantes, obreros, amas de casa, Homero y Marge
Simpsons urbanos, conservadurismos radicales, extremas derechas armamentistas,
así como del centro, del más importante de éstos: el gran poder económico-político,
en sus dos más influyentes variantes: Judíos y Tea Party. Esa fue su fortaleza,
unir a los extremos a través de las heridas abiertas, y aún no cicatrizadas y
asimiladas por la mayoría: segregacionismo, xenofobia, violencia. Pareciera que
la guerra de secesión aún no culmina.
5.- La civilización del
espectáculo.
Mario Vargas Llosa, en su
brillante ensayo, la civilización del espectáculo, comentando un escrito de
George Steiner, nos dice que “Steiner traza un bosquejo bastante sombrío de lo
que podría ser la evolución cultural, en la que la tradición, carente de
vigencia, quedaría confinada en el conservatorio académico: “Ya una parte
importante de la poesía, del pensamiento religioso, del arte ha desaparecido de
la inmediatez personal para entrar en custodia de los especialistas” (p.138).
Lo que antes era vida activa pasará a tener la vida artificial del archivo. Y,
todavía más grave, la cultura será víctima – ya lo está siendo – de lo que
Steiner llama “la retirada de la palabra”. En la tradición cultural “el
discurso hablado, recordado y escrito fue la columna vertebral de la conciencia”
(p. 138). Ahora, la palabra está cada vez más subordinada a la imagen.
Quizá, por formar parte de
esa misma decadencia cultural, los partidos tradicionales, tanto republicano
como demócrata, fueron superados por el fenómeno comunicacional, contracultural
y mediático que Donald Trump representa y encarna. La campaña entera de ambos
partidos fue el que él diseñó: la confrontación, el insulto; la trastienda
mugrosa que toda contienda política tiene fue traída frente a las cámaras en su
propio reality show. Cada ataque que envió fue devuelto con igual o mayor
flatulencia por sus contendores, tanto en las primarias republicanas como en la
carrera presidencial. Y como en buen reality que se respete, la figura del
hombre fuerte que se sobrepone a las dificultades, a la cayapa, con ferocidad
de héroe posmoderno, sin valores, sin moral, sin escrúpulos, gana el rating con
facilidad. Y a la manera de Rocky Balboa, Trump fue la gran esperanza blanca en
su última oportunidad, contra todo pronóstico, y como en Rocky II, Llegó a ser
campeón mundial, ganándole a puñetazo limpio a un negro y a una mujer, en los
Estados Unidos de Norteamérica. God bless América!!
Los Muchachos de la NASA
@muchachosNASA