sábado, 14 de mayo de 2016

EL MUNDO CONTRA LA MUERTE por ALBERTO HERNÁNDEZ



Mientras el mundo marcha contra la violencia, alguien amontona preguntas para vaciarlas en una suerte de falsa elegía, en celebración de un yerro, de un fracaso. Mientras el mundo marcha contra el secuestro, contra la cultura de la muerte, Venezuela, la anclada en el discurso del peleón, pierde la oportunidad de ser parte del mundo, de revelar que tiene capacidad para hermanarse con el futuro sin condiciones. Mientras el mundo marcha a través de casi doscientas ciudades de cuatro continentes, el pequeño país -que vive entre nubes y en la niebla de sueños truncados- celebra un intento de golpe de estado encerrado en un recinto donde las voces de mando se alejan cada vez más de nuestras tradiciones civiles. Mientras el mundo –redondo y alocado- marcha en contra del secuestro, en este país un grupito fabrica las escaleras para bajar a una pesadilla, a un discurso secular, a una mancha roja. Mientras la civilización intenta salvarse de la guerra, el discurso manido y torcido, terrorista, se enseñorea contra muchos que antes creían en la paz, luchaban contra el flagelo de las drogas, odiaban la violencia guerrillera y hasta escribían versos para alejar los abusos de unos desalmados que se amparan en la sombra y en los abusos contra inocentes que son objeto de torturas.
Nuestro mundo cultural –algunas páginas y hojas parroquiales pagadas con dinero del petróleo y nuestros impuestos- hacen gala de fusil, bota y boina entre las pulgas y las niguas de una ideología que se confunde con recetas de mala digestión. Es el regreso a un pasado tan doloroso que aún arde en los libros escritos, en los poemas releídos, en las canciones repetidas, en las puestas en escena donde todos salen ilesos. Se juega a la guerra como a la lotería. El máximo jefe –“regisseur” de un enjambre aturdido- vomita balas verbales hacia todos los costados del temor nacional. Busca esconderse en sus errores, en sus cantos de sirena. Busca huir de las promesas que no se dieron.
El culto a la personalidad –gramática de una demencia que se creía superada- es hoy escenario donde se reconocen los hijos de un falso padre.
Y mientras el país se tuesta y ahoga en las playas. Mientras el país choca y se mata en las carreteras. O los mata una delincuencia sin medida. Mientras un trago de licor y un cigarrillo valen un disparo en la cabeza. Mientras navegamos hacia lo desconocido, entre tanques de guerra, desfiles militares, arengas bélicas y condecoraciones castrenses, el mundo reclama por la paz, contra el terror, contra el secuestro, contra el cobro de vacuna, contra el narcotráfico.
Bien vale un poema, una canción, un arcoíris en el alma, un amanecer soleado, un mundo sin discursos torcidos. Mientras esto pasa, que no vengan luego a decir que la traición forma parte de los que reclaman cordura.
ALBERTO HERNÁNDEZ


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